por Diana Vela Almeida
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Alguien podría fácilmente definir al extractivismo como un proceso productivo donde los recursos naturales se remueven del suelo o del subsuelo y luego son vendidos como commodities en el mercado global. Pero definir el extractivismo no es tarea tan fácil. El extractivismo está asociado a relaciones geopolíticas, económicas y sociales producidas a lo largo de la historia. Este es un modelo económico de desarrollo practicado por las empresas transnacionales y los estados en todo el mundo y que se remonta a más de 500 años atrás desde la expansión colonial europea. No se puede hablar de la historia de las colonias sin mencionar el saqueo de minerales, metales y otros recursos de alto valor en América Latina, África y Asia- saqueo que primero alimentó las demandas de desarrollo de las coronas europeas y luego también de los Estados Unidos, y más recientemente de China.
Hoy este modelo de acumulación de riqueza es una parte fundamental de la estructura dominante del sistema capitalista global, un sistema donde el poder está en manos de quienes controlan el dinero y la industria, y el cual ha extendido la frontera extractiva en detrimento de otras formas de uso de la tierra y los recursos naturales. Dicha explotación también se ha apropiado históricamente de los cuerpos en forma de esclavos o, más recientemente, como trabajadores precarios de mano de obra intensiva. El extractivismo está completamente ligado a la explotación de las personas.
Las industrias extractivas de hoy en día, como el gas, el petróleo y la minería, tienen una reputación notoria de violar los derechos humanos y ambientales y de apoyar reformas políticas y económicas muy controvertidas en los países pobres.
Expandiendo las fronteras globales de extracción
Desde mediados del siglo XX, las fronteras extractivas se han expandido alrededor del mundo a medida que la demanda global de commodities aumenta. La mayoría de los países no industrializados (pero también países industrializados como Noruega, Canadá y los Estados Unidos) han activado sus sectores primario- productivos para explotar paisajes que antes eran inaccesibles; este es el caso del fracking y de la extracción de arenas bituminosas en el Ártico o en el mar abierto.
Desde mediados del siglo XX, las fronteras extractivas se han expandido alrededor del mundo a medida que la demanda global de commodities aumenta.
La idea central detrás del extractivismo promovido por los estados es que los proyectos extractivos son núcleos estratégicos para el desarrollo nacional de países ricos en recursos naturales, y que pueden por lo tanto fortalecer sus ventajas comparativas, es decir, mejorar su poder económico en relación con el poder económico de otras naciones. En otras palabras, las naciones pobres pueden explotar sus recursos naturales como un medio para crecer económicamente, mantener una fuente de empleo y, en última instancia, como una herramienta para la reducción de la pobreza.
Esta idea ha estado arraigada durante muchos años en los países en desarrollo, y sin embargo, la historia muestra que estos países no han podido transformar la riqueza de sus recursos naturales en el tal llamado desarrollo. De hecho, en varios lugares ricos en recursos naturales, generalmente en países africanos con grandes yacimientos de petróleo o minerales, existe una relación inversa entre la reducción de la pobreza y el desempeño económico. Es decir, las actividades extractivas se combinan con altos niveles de pobreza, dependencia económica de los flujos de capital desde los países desarrollados e inestabilidad política. Este fenómeno se conoce como la “maldición de los recursos”.
En los últimos 20 años, varios gobiernos en América Latina, África y Asia han desafiado la “maldición de los recursos” al afirmar el control nacional sobre nuevas formas de industrias extractivas de producción primaria. Estas industrias están orientadas a promover proyectos intensivos y a gran escala que alcanzan ambientes previamente inconcebibles (nuevamente, como la minería a mar abierto o el fracking), así como también incluyen nuevas formas de explotación económica como la agroindustria, la pesca, la extracción de madera, el turismo, la cría industrial de animales, y los megaproyectos energéticos.
Estos esfuerzos requieren reformas de política nacional. En Asia y África, las políticas nacionales extractivistas se adhieren a lo que se conoce como el “nacionalismo de los recursos” e incluyen la nacionalización total o parcial de las industrias extractivas, la renegociación de los contratos de inversión extranjera, el aumento de la participación pública, impuestos nuevos o más altos para ampliar la renta extractiva, y generar valor agregado sobre los recursos extraídos.
En América Latina, el boom de las commodities a principios de la década de 2000, marcado por el aumento de los precios de estos productos junto con mayores inversiones transnacionales, condujo a un gran crecimiento económico en lo que se conoce como “neoextractivismo”. El neoextractivismo es un pariente del nacionalismo de los recursos y su surgimiento coincidió con el ascenso al poder de varios gobiernos progresistas en la región, que también tomaron mayor control estatal sobre los recursos naturales dentro de sus fronteras nacionales.
Los defensores del neoextractivismo afirman que las nuevas prácticas extractivas son “ambientalmente amigables” y “socialmente responsables”, minimizando así los efectos desastrosos del extractivismo practicado a lo largo de la historia colonial y neoliberal. A pesar de esto, la industria extractiva se ha expandido y continúa expandiéndose hacia nuevas fronteras y está causando grandes efectos negativos como el despojo de las tierras de los habitantes, la subyugación de los valores comunitarios por valores desarrollistas impulsados por la extracción y la disrrupción de las estructuras sociales, de los territorios, y de las formas alternativas de vida.
En el debate sobre el extractivismo no hay consenso sobre cómo resolver los problemas causados por este modelo de desarrollo. Algunas personas piensan que el extractivismo debe ser visto positivamente debido al crecimiento económico que genera y al aumento del gasto público logrado a principios de la década del 2000 en Latinoamérica. Otros enfatizan que la mayor parte de la riqueza producida se fuga de los países productores hacia los inversores transnacionales, mientras que los impactos negativos permanecen local o regionalmente. Y desde la perspectiva de quienes están directamente afectados por las industrias extractivas, los ingresos económicos no se traducen en bienestar social, además que son ingresos generados a través de la destrucción de sus vidas y de sus tierras.
No existe un modelo económico neutral.
Para entender mejor la complejidad del problema del extractivismo, veamos tres dimensiones interrelacionadas de lo que constituye el modelo económico extractivista, y luego consideramos cómo ir más allá de las cuestiones económicas del extractivismo.
Primero, para que el extractivismo funcione, éste debe tomar cualquier “naturaleza” biofísica y transformarla exclusivamente en un recurso natural. Es decir, la naturaleza se concibe como un insumo (por ejemplo, se toma un recurso como el petróleo, la tierra o los árboles) para utilizarlo en la producción de una commodity (por ejemplo, gasolina, alimentos o madera). Este fenómeno simplifica la multiplicidad de relaciones sociales existentes con la naturaleza, de las cuales dicho modelo económico también se encuentra entrelazado.
Al pensar en los impactos ambientales de la extracción, ciertamente debemos considerar qué sucederá con otros elementos de la naturaleza que están interconectados con el recurso extraído, incluidos el agua, el aire, el suelo, las plantas y los animales humanos y no humanos. De hecho, a menudo se produce un efecto en cascada de cambio ambiental en los ecosistemas que se ven afectados por la extracción, por lo que los elementos de la naturaleza que están interrelacionados son alterados irreversiblemente.
Segundo, los proyectos extractivos normalmente se ubican cerca o dentro de poblaciones marginales, pobres y racializadas (es decir, concebidas como no blancas). El extractivismo llega con promesas de mejores condiciones de vida, más empleos y mejor desarrollo de infraestructura. Pero las industrias extractivas a gran escala no están necesariamente interesadas en fortalecer el empleo local y mejorar el sustento de las personas. Al contrario, la experiencia nos dice que éstas a menudo reducen las actividades económicas alternativas e interrumpen las redes comunitarias y las estructuras sociales existentes. Las industrias extractivas con frecuencia han vulnerado los derechos de las personas a la tierra, resultando en fuertes disrupciones culturales y violencia.
Las demandas de justicia social y ambiental giran en torno a las afirmaciones de que los costos sociales y ambientales del extractivismo son más altos que cualquier beneficio económico.
Las poblaciones marginales aún cargan la peor parte de los costos sociales del extractivismo y no necesariamente cosechan algún beneficio. En respuesta a esto, las demandas de justicia social y ambiental giran en torno a las afirmaciones de que los costos sociales y ambientales del extractivismo son más altos que cualquier beneficio económico, pero estos costos no se tienen en cuenta en las decisiones.
Las nuevas demandas de los movimientos feministas y las defensoras indígenas resaltan la relación entre el extractivismo y la violencia patriarcal y racial y cómo esto afecta desproporcionadamente a las mujeres. Algunos ejemplos son el aumento de la prostitución y la violencia sexual en las comunidades transformadas por el extractivismo y la externalización de los costos sociales (la transferencia de responsabilidades de cuidado que son fundamentales para el funcionamiento de cualquier economía) a las mujeres. Como las mujeres son las principales responsables de la reproducción de la vida, ellas son muy vulnerables a la ruptura de la comunidad o la pérdida del territorio. Por eso, las organizaciones de mujeres se han convertido en la primera línea de la defensa territorial y de la resistencia contra el extractivismo.
Finalmente, el extractivismo es un proyecto claramente político que mantiene un modelo de acumulación de capital y destrucción. Este modelo ha causado un aumento de conflictos socioambientales en todo el mundo, resultando en medidas por parte de los estados y la industria para controlar la resistencia y criminalizar la protesta social.
En resumen, deberíamos definir al extractivismo como algo lejos de lo neutral o apolítico; éste es un modelo económico que refleja una posición política concreta, basada en una comprensión clara y predefinida del desarrollo, el cual está orientado al crecimiento como objetivo final. El extractivismo por lo tanto refuerza los arreglos político-económicos necesarios en contra de las personas marginalizadas que se ven privadas de su poder para influir sobre las decisiones políticas.
Desde una perspectiva política extractivista, la resistencia contra el extractivismo es vista como ingenua, NIMBYsmo (es decir, “No en mi patio trasero”), oposición obstinada o ignorante de las necesidades económicas de los países que podrían “desarrollarse” gracias a los proyectos extractivos. En realidad, las acciones de resistencia representan cuestionamientos que desafían el paradigma extractivista dominante y las relaciones desiguales de poder entre los actores que deciden, los actores que se benefician y los actores que soportan las consecuencias negativas de la extracción. Bajo estas condiciones, el extractivismo está en clara contradicción con la justicia social y ambiental y el cuidado de la naturaleza y la vida misma.
Con todo lo dicho, el extractivismo como modelo de producción sigue siendo uno de los proyectos globales más expansionistas y que aplasta cualquier otra forma de vivir con la tierra. El legado de 500 años de extractivismo es parte del continuo interés imperialista de las potencias industriales por garantizar el acceso y control sobre los recursos naturales en todo el mundo, incluso hoy en día, a través de intereses relacionados con transiciones hacia las energías verdes. Como tal, esto contrasta abiertamente con las formas alternativas de uso de la tierra y los medios de vida prósperos.
La oposición al extractivismo no significa que las personas no puedan utilizar un recurso en absoluto y de ninguna manera implica una elección binaria entre extractivismo o subdesarrollo. Al contrario, el anti-extractivismo se trata de enfocarse en qué tipo de vida queremos lograr integralmente y cómo construimos sistemas globales de justicia. Ahí, podemos nutrirnos de los saberes de varios modos de producción y reproducción no extractivistas que se centran en una vida digna para todas y todos.
Recursos adicionales
Bond, P. (2017). Uneven development and resource extractivism in Africa. In Routledge Handbook of Ecological Economics (pp. 404-413). Routledge.
Explica la expansión del ambientalismo neoliberal en la extracción de recursos naturales no renovables en África. El autor argumenta que si se contabilizan los costos sociales y ambientales, los países africanos terminan siendo más pobres que antes de la extracción.
Burchardt, H. J., & Dietz, K. (2014). (Neo-) extractivism–a new challenge for development theory from Latin America. Third World Quarterly, 35(3), 468-486.
Proporciona una visión general de los debates clave sobre el “Neo-extractivismo” y el papel del estado en América Latina.
Engels, B., & Dietz, K. (Eds.). (2017). Contested extractivism, society and the state: Struggles over mining and land. Palgrave Macmillan.
Presenta varios estudios de caso alrededor del mundo sobre los conflictos entre extractivismo y otros usos de la tierra.
Galeano, E. (1979). Las venas abiertas de América Latina. Siglo xxi.
Un ensayo clásico sobre la historia del saqueo de los recursos naturales, el colonialismo y el desarrollo desigual en América Latina desde el siglo XV hasta el siglo XX.
Svampa, M. N. (2013). Consenso de los commodities y lenguajes de valoración en América Latina; Fundación Friedrich Ebert, Nueva Sociedad, 244; 4: 30-46
Proporciona un análisis crítico del neo-extractivismo, la acumulación de capital, los conflictos ambientales y el desarrollo en América Latina.
Diana Vela Almeida es una investigadora postdoctoral en el Departamento de Geografía de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. Diana combina ecología política, economía ecológica y geografía crítica feminista para estudiar el extractivismo, el ambientalismo neoliberal y la resistencia socio-ambiental. Contacto: diana.velaalmeida[at]ntnu.no