Las promesas vacías de las Soluciones Basadas en la Naturaleza: los casos de Shell y BP

Las SbN encubren la falta de interés de las grandes corporaciones y gobiernos por lograr emisiones cero reales

Credit: Chris LeBoutillier

por Manuel Cervera

Con el Acuerdo de París, más de 130 países firmantes se comprometieron a alcanzar el cero-neto de emisiones para 2050 con el fin de mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C, preferiblemente a 1.5°C, en comparación con los niveles preindustriales. El cero-neto significa que la cantidad emitida de gases de efecto invernadero (GEI) debe ser igual a la que se captura de una u otra forma. Es decir, se busca un equilibrio entre una tonelada de carbono capturada por una tonelada emitida.

Desde la adopción de este compromiso en diciembre de 2015, diversos gobiernos, corporaciones, ONGs y medios de comunicación anuncian positivamente que el planeta está en camino de evitar una catástrofe climática. 

El concepto de “emisiones cero-netas” no es el mismo que el de “emisiones cero”. Aunque parezcan similares, las emisiones cero-netas implican seguir emitiendo carbono, incluso cantidades mayores año tras año, siempre y cuando puedan equilibrarse a través de mecanismos tecnológicos o naturales que remueven la misma cantidad de carbono de la atmósfera. Podemos decir que el propósito detrás del cero-neto es parte de un esquema de maquillaje verde (greenwashing) no solo para continuar contaminando la atmósfera, incluso a mayor cantidad mientras se le pueda compensar, sino también para evadir la responsabilidad que tienen diversas industrias y gobiernos de compensar el daño ambiental que han provocado.

Las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) forman parte de esos mecanismos “naturales” a los que recurren países y corporaciones para compensar sus emisiones. De acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), las SbN son “acciones para proteger, gestionar de manera sostenible y restaurar ecosistemas naturales y modificados que aborden los desafíos sociales de manera efectiva y adaptativa, brindando simultáneamente beneficios para el bienestar humano y la biodiversidad”. Es decir, las SbN implican hacer uso de la naturaleza para abordar un problema social, principalmente el exceso de GEI en la atmósfera, pero que en realidad representan una distracción a la urgente necesidad de dejar de emitir carbono.

La idea detrás de este concepto es que nuestros ecosistemas marinos y terrestres son los mayores depósitos naturales para capturar y almacenar carbono y, por tanto, debemos aprovechar esta oportunidad. Las demás crisis ecológicas y sociales, como la contaminación en zonas urbanas marginalizadas, el hambre, la malnutrición, los desplazamientos forzados y las desigualdades —todas fuertemente vinculadas con la crisis climática— no parecen estar consideradas dentro de las SbN.

La restauración, protección y manejo sustentable de los ecosistemas, la reforestación y la deforestación evitada son algunas de las acciones de las SbN. Sin duda son necesarias para conservar nuestra biodiversidad. Pero antes de la aparición de este concepto —nacido hace poco más de una década—, estas acciones ya formaban parte de los esfuerzos internacionales para hacer frente al deterioro de los ecosistemas y sus impactos sociales y económicos. El Informe Brundtland –mejor conocido como Nuestro Futuro Común (Our Common Future)– elaborado en 1987 por la Comisión Brundtland ya mencionaba: “Nuestras prácticas de manejo ambiental se han centrado en gran medida en la reparación de los daños a posteriori: reforestación, recuperación de tierras desérticas, reconstrucción de entornos urbanos, restauración de hábitats y rehabilitación de tierras silvestres”.

Entonces, ¿qué diferencia hay entre las acciones propuestas como SbN y las promovidas décadas atrás? Retóricamente, ninguna. Sustancialmente, las SbN encubren la falta de interés de las grandes corporaciones y gobiernos por lograr emisiones cero reales, además de aprovechar estas soluciones para seguir generando beneficios económicos al mantener el status quo.

¿Plantar árboles para combatir el calentamiento global?

De acuerdo con Griscom y otres autores (2017), las SbN pueden ayudar a cumplir los objetivos del Acuerdo de Paris al mitigar hasta el 37% de las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) para 2030. Cerca de dos tercios del total de mitigación propuesto a través de las SbN incluyen acciones como la reforestación, conversión forestal evitada, manejo forestal natural, mejora en las plantaciones y manejo del fuego. La reforestación por sí sola representa más del 42% de la mitigación potencial global bajo las SbN. Pero para lograr esta disminución de CO2, se requeriría plantar árboles a mayor escala y velocidad, lo cual no es tan sencillo e incluso problemático. 

Los árboles jóvenes son vulnerables. Cerca de un 25% mueren, y esa cifra puede ser incluso mayor. Por ejemplo, el 11 de noviembre de 2019 el gobierno de Turquía declaró el Día de la Reforestación Nacional y como parte de la iniciativa Respirar por el Futuro se plantaron 11 millones de árboles en más de 2 mil sitios. De acuerdo con el sindicato de agricultura y forestal de Turquía, hasta el 90% de esos árboles puede que hayan muerto solo unos meses después, debido principalmente a la falta de agua y a que fueron plantados en el “momento incorrecto” por “gente con poca experiencia”.

La falta de espacio es otro problema ya que no existe suficiente tierra para plantar los árboles que se necesitarían para compensar las emisiones de GEI provenientes de los combustibles fósiles. Simon Lewis, profesor de Ciencia en Cambio Global de la Universidad College de Londres, señala en una entrevista para The Economist que si se restauraran todas las zonas de cobertura forestal que fueron convertidas en suelos agrícolas se lograría capturar alrededor de 200 mil millones de toneladas de carbono. Esto sin embargo representa solamente 20 años de emisiones de combustibles fósiles a tasas actuales.

Por otro lado, plantar árboles en lugares donde antes no existían, como pastizales y turberas, también puede dañar los ecosistemas existentes. Los grandes proyectos forestales en China por ejemplo han intensificado la escasez de agua en el país. El proyecto de la Gran Muralla Verde de China inició a finales de la década de los setenta del siglo pasado con el objetivo de forestar a gran escala el norte del país. Entre 1990 y 2015, el total de área forestal en ese país aumentó más de 17 millones de hectáreas debido principalmente a la aforestación —es decir, el establecimiento de nuevos bosques. Los planes del gobierno de China buscan incrementar su cobertura forestal a 26% para 2035 y 42% para 2050. Pero este esfuerzo ha desenmascarado diversos problemas. Un estudio de 2019 sobre los efectos de la aforestación de China en el ciclo de agua encontró que la sustitución de la vegetación natural por plantaciones artificiales de árboles de falsa acacia –una especie no local de rápido crecimiento– ha cambiado significativamente la disponibilidad de agua en estas regiones. Este tipo de plantaciones utilizan el 92% de las precipitaciones anuales para crecer, dejando solamente el 8% para usos humanos. Como resultado, no queda suficiente agua para recargar los mantos acuíferos o para que fluya hacia los ríos y lagos. 

A nivel global la competencia por tierras está desencadenando conflictos en los que pueblos indígenas, comunidades campesinas e históricamente explotadas corren el mayor riesgo de perder sus hogares, culturas y medios de subsistencia como resultado de estos proyectos de plantación extensiva. En 2019 el gobierno de Mongolia Interior, una de las cinco regiones autónomas que conforman la República Popular China, fue acusado por incautar tierras de cultivo para cumplir con los objetivos de cobertura forestal fijados por Pekín.

A pesar de que el ejemplo de China implica uno de los esfuerzos gubernamentales más ambiciosos y que plantar árboles sea considerado por muchos países como uno de los remedios infalibles más baratos y rápidos para luchar contra la crisis climática, la realidad es que estos mecanismos benefician intereses corporativos. Grandes empresas se involucran en ambiciosos proyectos de reforestación y de conservación para compensar sus altos niveles de emisiones, pero no para reducirlas de manera voluntaria. Las SbN se han convertido en un mecanismo utilizado por los grandes contaminadores para proponer formas nuevas de mercantilizar la naturaleza, ignorando la realidad de que el planeta no tiene la suficiente capacidad para absorber el carbono a la velocidad necesaria bajo un esquema de emisiones cero-netas; y que los depósitos naturales de carbono como los bosques no pueden ser forzados a absorber más carbón, o absorberlo más rápido al creciente ritmo de emisiones de GEI. 

Corporaciones multinacionales y sus compromisos de emisiones cero-neto

Desde 1988, menos de 100 corporaciones han sido las responsables de más del 70% de las emisiones industriales a nivel mundial. Entre las principales se encuentran empresas petroleras como PAO Gazprom (Rusia), ExxonMobil (Estados Unidos), Pemex (México), Shell y BP (Reino Unido); pero también empresas automotrices como Volkswagen Group, aéreas como Lufthansa, agroalimentarias como JBS, Tyson Foods y Cargill, comercios minoristas como Walmart, instituciones financieras como Citigroup y HSBC, y compañías tecnológicas como Microsoft y Amazon. A pesar de que estas grandes industrias y corporaciones son los grandes responsables de la contaminación histórica en la atmósfera, estas se han mantenido impunes y continúan beneficiándose de la ruptura climática. 

Más recientemente, cuando las corporaciones buscan catálogos de inversión supuestamente verdes, Citigroup y HSBC financiaron en 2020 la extracción e infraestructura de combustibles fósiles con 48.3 y 23.5 miles de millones de dólares, respectivamente; mientras que Microsoft y Amazon se han asociado con empresas petroleras para utilizar tecnologías de inteligencia artificial que ayuden a desbloquear yacimientos de petróleo y gas en Estados Unidos y en el mundo. En noviembre de 2020, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, anunció que destinaría 10 mil millones de dólares a un fondo para enfrentar el cambio climático: el Bezos Earth Fund. Lamentablemente, estos esfuerzos ignoran o disfrazan el continuo apoyo de Amazon al sector de los combustibles fósiles. Ese mismo año y en medio de una pandemia, Amazon emitió un 18% más de CO2 que en el año 2019: 60.6 millones de toneladas métricas de CO2 en 2020, en comparación con las 51.2 y 44.4 millones en 2019 y 2018, respectivamente, de acuerdo con su último reporte de sustentabilidad.

Grandes contaminadores, especialmente de la industria de combustibles fósiles, son a la vez grandes promotores de SbN para mitigar el cambio climático. En un comunicado de prensa de febrero 2021, Shell anunció que, como parte de su compromiso con el Acuerdo de París, la compañía espera reducir gradualmente la producción de petróleo entre 1 y 2% por año, después de su pico petrolero de 2019. Basado en estas proyecciones, la extracción de Shell caerá a lo mucho en 18% para 2030 y 45% para 2050. Esto significa pasar de producir cerca de 1.9 millones de barriles de petróleo equivalente al día en 2019 a un poco más de 1 millón de barriles en 2050. 

Curiosamente, en el mismo comunicado –con información de su Informe y Cuentas Anuales 2020– Shell notifica a sus accionistas que planea invertir en el corto plazo 8 mil millones de dólares (mmdd) anuales en exploración y explotación de combustibles fósiles, 4-5 mmdd en químicos y refinación, 4 mmdd en gas natural licuado y 5-6 mmdd en lo que denomina su pilar de crecimiento, dividido en 2-3 mmdd para energías renovables y 3 mmdd en mercadotenica. La inversión se espera que ronde entre 21 y 23 mmdd anuales, representando las renovables únicamente alrededor del 8-14% de ese monto. La inversión en combustibles fósiles seguirá siendo al menos el 70% del total de su presupuesto.

Para lograr su compromiso cero-neto, Shell pretende compensar sus emisiones recurriendo a las SbN. Específicamente, invirtiendo en proyectos de forestación para compensar 120 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (CO2e) al año para 2030. De acuerdo con Reuters y Ecosystem Marketplace, esto es un gran salto dado que todo el mercado voluntario de compensación de carbono –las compensaciones disponibles para compra por parte de todos los actores globales– alcanzó los 104 millones de toneladas en 2019. Para que Shell pueda compensar estas emisiones, se necesitarían alrededor de 12 millones de hectáreas disponibles–el equivalente a tres veces el tamaño de Países Bajos, el país donde se ubica su sede –.

En 2021, Shell también publicó Los escenarios de Transformación Energética, un reporte que explora tres diferentes respuestas de recuperación a la crisis de la pandemia en 2020 y los diferentes escenarios energéticos en las siguientes décadas. 

El escenario global Sky 1.5 muestra que limitar el calentamiento global a 1.5°C podría alcanzarse en el 2100 junto con emisiones cero-netas totales para el 2058. Para lograrlo, Shell basa ampliamente sus proyecciones apoyándose en las SbN para compensar 12 mil millones de toneladas de CO2e globales al año. En este caso, la reforestación de 700 millones de hectáreas para finales de siglo demandaría un área aproximadamente del tamaño de Brasil. En un análisis del Sky 1.5 realizado por Carbon Brief, les autores señalan que la diferencia entre este escenario y la ruta propuesta por Shell en 2018 para limitar el calentamiento global a 2°C –inicialmente con un pico de petróleo en 2025, un pico de gas una década después y emisiones cero-netas totales para 2070– es que Sky 1.5 hace uso extensivo de SbN, pero la meta es prácticamente la misma a la ruta del 2018. 

“La visión de Shell de que el petróleo, el gas y el carbón sigan teniendo un papel importante hasta el fin del siglo sigue siendo esencialmente la misma”, se lee en el análisis. El propio director ejecutivo de Shell, Ben van Beurden, mencionó en una entrevista que “a pesar de lo que dicen muchos activistas, es totalmente legítimo invertir en petróleo y gas porque el mundo lo demanda”.

¿En dónde se encuentran las 700 millones de hectáreas que pretende Shell estén disponibles para plantar árboles? Esto sin contar las hectáreas que buscan conservarse a través de esfuerzos globales como la Iniciativa 30×30 para proteger al menos el 30% de las áreas terrestres y aguas continentales del mundo para el año 2030. Estos cálculos de escritorio tampoco consideran los impactos devastadores a comunidades locales e indígenas que habitan actualmente en esas zonas, los conflictos a gran escala por tierras y para cultivo de alimentos. ¿Acaso se implementarán las NbS a través de la militarización de áreas protegidas y de violaciones a los derechos humanos? Las distracciones peligrosas en las que se basa Shell para lograr su cero-neto en 2050 evidencian claramente su inacción climática puesto que su intención es mantener el status quo y lucrar de las propias soluciones.

BP es otra empresa que convenientemente usa el greenwashing para evitar cualquier esfuerzo por disminuir sus emisiones de GEI. En su Reporte Anual para Inversionistas 2020, la compañía menciona que espera reducir su producción de petróleo y gas en un 40% para 2030, tomando como referencia los niveles de 2019. Un punto crítico que omiten es que casi un tercio de la producción está excluida de los recortes ya que proviene del 20% de su participación en la compañía petrolera Rosneft, propiedad del gobierno ruso. 

Si se consideran las cifras utilizadas para el cálculo del 40%, la reducción en la producción de petróleo y gas es más bien del 30%. Como menciona Kelly Trout, analista de investigación de la organización Oil Change International, “BP debe asumir la responsabilidad de Rosneft por todo el carbono que invierte en extraer, para pretender legítimamente alcanzar una reducción del 40% para 2030”.

Como parte de su compromiso de emisiones cero-netas, BP planea aumentar sus inversiones anuales a 3-4 mmdd para 2025 y 5 mmdd para 2030 en negocios bajos en carbono. Por ejemplo, la energía eólica, solar, combustible de hidrógeno a partir de metano, bioenergía y tecnologías para la captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS, por sus siglas en inglés) forman parte de estas inversiones. 

Debemos ser escépticos a estas soluciones debido a los inconvenientes de invertir en combustibles de hidrógeno a partir de metano, tecnologías para capturar carbono aún no probadas y de difícil escalabilidad, y biocombustibles que pueden llevar a la deforestación.

En su Reporte de Sustentabilidad 2020, BP propone hacer uso de las SbN y de soluciones climáticas naturales (SCN) que ayuden a lograr sus emisiones cero-netas a través de compensaciones de carbono certificadas. Las SCN son un subconjunto de las SbN enfocadas en reducir o remover GEI a través de la conservación, la restauración y la mejora en la gestión del suelo. Para finales del 2022 esperan haber desarrollado un plan de acción que identifique los objetivos hacia el 2030. Según el reporte, a la fecha BP ha apoyado a generar más de 50 millones de toneladas de compensaciones forestales en los Estados Unidos y ha contribuido en proyectos de SCN en otros seis países.

BP colabora con proyectos supuestamente ambientales para disfrazar su nulo interés por reducir sus emisiones. En 2011, BP pagó 5 millones de dólares al Fondo Cooperativo para el Carbono de los Bosques (FCPF, por sus siglas en inglés) del Banco Mundial para “aumentar nuestra comprensión de la evolución de los mercados y la política de carbono, así como ayudar a catalizar el desarrollo de este importante sector”. Sin embargo, BP ha sido acusado de involucrarse al FCPF para lavar su imagen un año después de que se le declarara responsable del derrame de 5 millones de barriles de petróleo en el Golfo de México. 

El FCPF fue fundado en diciembre de 2007, y una década después, la Fundación Rainforest de Reino Unido y otras organizaciones enviaron una carta al entonces presidente del Banco Mundial Jim Yong Kim afirmando que el millonario fondo no se había traducido en proteger bosques. Esta iniciativa fallida no ha sido obstáculo para que BP explore otras vías de compensación. En 2019 invirtió 5 millones de dólares en Finite Carbon, el mayor promotor de compensaciones de carbono forestal de Estados Unidos. Para 2020 adquirió la participación mayoritaria.

En resumen, la idea detrás de las emisiones cero netas de los grandes contaminadores es perpetuar un modelo económico basado en el petróleo, el gas, el carbón, y más recientemente en el fracking y la minería en mares profundos; mientras financian, por ejemplo, proyectos de restauración a gran escala para compensar sus altos niveles de contaminación. No es una coincidencia que estén posicionando el cero-neto al centro de la acción climática. Esto proporciona una vía para que sigan generando ganancias mientras hablan de “compromiso climático” sin intención alguna de reducir sus emisiones reales, de compensar los daños históricos y sin rendir cuentas de los abusos a los derechos humanos y ecológicos. En lugar de soluciones reales, alcanzables y centradas en las formas de vida terrestre y marina, la respuesta global a la crisis climática se apoya en cimientos agrietados por falsas soluciones.

No más promesas falsas

De acuerdo con The Washington Post, en el segundo trimestre del 2022, cinco grandes empresas petroleras –BP, ExxonMobil, Chevron, Shell y TotalEnergies– obtuvieron ganancias económicas por 55 mil millones de dólares, mientras millones de personas en todo el mundo padecían los aumentos en los precios de los energéticos. Esto equivale a casi dos veces el producto interno bruto (PIB) de El Salvador y Honduras en 2021. BP reportó solamente en ese trimestre beneficios por 8 mil 500 millones de dólares, su mayor ganancia en 14 años a pesar de las pérdidas obtenidas luego de abandonar sus operaciones en Rusia por la guerra en Ucrania.  

Nuestro presupuesto global de carbono desde inicios del 2020 para mantener el calentamiento global por debajo de los 1.5°C es de 400 mil millones de toneladas de CO2

En la Conferencia Anual de la Sociedad de Economistas Empresariales en 2015, Spencer Dale, Economista Jefe de BP, comentó que las reservas actuales de petróleo, gas y carbón, si se utilizaran en su totalidad, generarían más de 2.8 billones de toneladas de CO2. La matemática es sencilla: quemar los combustibles fósiles que las corporaciones poseen en sus reservas sobrepasaría seis veces el umbral de lo permitido para evitar una catástrofe climática. Para prevenirla, cerca de un tercio de las reservas de petróleo, la mitad de las de gas y más del 80% de las actuales reservas de carbón de todo el mundo deberían permanecer bajo tierra y no utilizarse. 

Las SbN no pueden reemplazar los compromisos necesarios para descarbonizar la economía. Nuestro actual sistema económico se caracteriza por organizarse en torno al crecimiento perpetuo, más acumulación de capital y más injusticias y violencias. Se requieren cambios reales en la forma en la que industrialmente producimos y consumimos, y en la manera en la que distribuimos los beneficios generados.

Son varias las alternativas, pero las demandas se asemejan: acciones que no dependan de la mercantilización de la naturaleza y de la extracción de recursos naturales más allá de los límites que el planeta puede permitir; un desarrollo que respete siempre los derechos humanos y que sitúe a las personas y otras especies vivas en el centro de toda política ambiental, protegiendo sobre todos a quienes son más vulnerables a los impactos del cambio climático; mayor vigilancia y rendición de cuentas a los grandes proyectos de infraestructura y a las empresas que contaminan, obligándolas a remediar los daños ambientales que provoquen; y garantizar la defensa, gestión ecológica y autónoma que las poblaciones indígenas y comunidades locales ejercen sobre sus propios territorios.

Manuel Cervera es economista ecológico a favor de la justicia climática. Considera que hablar de crisis climática es hablar de desigualdad. Cuenta con una maestría en Economía y una especialización en Economía Ambiental y Ecológica por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).